Ayer estuve en Peña Gembres, un monte muy curioso porque si le echas imaginación parecen dos dientes colocados hacia arriba.
El caso que simplemente la sensación que da subir hay arriba, la libertad que te da esa naturaleza te expresa tanta paz, que tu cabeza no hace mas que escuchar el ruido de los ríos y el sonido de los pájaros al vuelo.
Todo un campo de viñas y de campos de trigo, que solamente mirarlo desde arriba te crea un laberinto en la cabeza, de lo curiosos que pueden ser todos esos caminos de tierra, que no sabes a donde llevan cada uno. Unos caminos que pueden llevarte a la naturaleza o a sitios inexistentes.
Caminos que metafóricamente hablando, te llevan a lo que ni tus pies ni tu corazón han podido llegar jamas, a descubrir mundos diferentes entre cada viña y el poder gritar y escuchar nada mas que el eco de tu voz.
La simpleza de la naturaleza es lo que nos hace tan grandes, pero tan pequeños al mismo tiempo. El mirar hacia arriba, hacia la roca, dejando que todo tu cuello gire para determinar y disfrutar del tamaño de esa montaña y entrarte ganas de escalarlo o de rodear lo simplemente para descubrir lo que se siente ahí arriba.
Fue subir ahí arriba y darme ganas de saltar, de poder gritar mientras caigo, de poder disfrutar mientras el fuerte viento de la velocidad me abre los ojos, la extraña fuerza que te da y en imaginarte que eres una roca mas de esa gran naturaleza.
Ahí arriba me encontré la marca de un huevo enorme, que como bien decía el cartel, era la marca del huevo de un dinosaurio volador, o eso es lo que deducieron los primeros en subir aquel monte.
Difícil ni duro, simplemente el echo de escalar eso y disfrutar de campos de uvas y de cosechas riojanas sentías como si estuvieras en otro mundo diferente al nuestro, fuera de la civilización y contaminación.
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