Genial prócer. Te presento a una
criatura de apenas dos añitos que sospecho que está a punto de dejarnos. Se
llama Aden; su nombre no te dirá gran cosa. Viendo su foto, la que tienes aquí
al lado, ni siquiera sabrás si es niño o niña. Bueno, pues te lo aclaro: es una
niña. Se apellida Salaad y, como te decía antes, parece disponerse a morir de
desnutrición, lo cual probablemente no haga falta que yo te lo diga: salta a la
vista su cuerpecito enclenque, el costillar exánime, los bracitos mínimos. Aden
vive en Somalia, oculto rincón del globo abatido por desgracias sin fin, cuyos
habitantes se preparan para ser devorados por la nueva hambruna que les
amenaza, un tormento más en su precaria existencia.
Verás. Aden está metida en un
maltrecho barreño, donde aguanta con una mirada magnética, enternecedora, a ser
retratada. La imagen es en verdad conmovedora, pero sin quitarle mérito a su
autora (Rebecca Blackwell, de la agencia AP) lo cierto es que hasta el peor
fotógrafo del mundo haría maravillas con este material: ya sabes que la
desgracia es muy fotogénica. Así que ahí tienes a Aden, aguardando a la
guadaña, sin esperanza de sobrevivir porque para que tal milagro sucediera
debieran darse una serie de proezas que yo ahora mismo descarto. El primer
prodigio es que sus avatares nos importaran algo, cosa que no va a suceder;
como te tengo contado, por el mundo llamado civilizado las andanzas de los
desheredados de la fortuna nos traen sin cuidado, de modo que no solo podemos
vivir perfectamente de espaldas a la realidad que no nos interese, sino que
gracias precisamente a nuestra indiferencia se escribe la historia del mundo,
que es pendular: para que a unos nos vaya (más o menos) bien, es necesario al
parecer que a otros les vaya mal. O muy mal.
Y entre estos últimos desgraciados
figura la pobrecita Aden Salaad, cuya imagen brotó en mi ordenador gracias a la
perspicacia de un colega que me dio aviso. Ese mismo día la pantalla vomitaba
otra imagen: la de un senador que celebró el fin del periodo de sesiones (se ve
que hay quien celebra eso tan raro) invitando a una marisquería a su hijo, a
quien luego acompañó a una sauna, eufemismo que usamos para denominar al
puticlub de toda la vida, y acabaron en comisaría. Pero ese día yo solo tenía
ojos para Aden; ni siquiera la irrupción en el monitor del despechado
presidente valenciano a quien le regalaban trajes los miembros de una red
corrupta y decía adiós como quien te perdona la vida impidió que me dirigiera
al banco más cercano y depositara mi humilde aportación. Si quieres seguir mi
ejemplo, aquí tienes una cuenta del BBVA a nombre de Unicef:
0182-2370-40-0208517159. Y un consejo: piensa en Aden mientras ingresas tu
dinero. Cuando notes a tu alrededor tanto derroche, piensa también en ella. Y
cuando veas tantas noticias prescindibles, tanta basura y tanta bobada, piensa
por favor en Aden Salaad y despídete de ella.
ANA :D
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